jueves, 30 de septiembre de 2010

Alfonsina Storni

Confección de un afiche y una postal, referido a un escritor nacional o internacional.
Técnica:  Fotomontaje



Alfonsina Storni (1892-1938)

Maestra, actriz, periodista, escritora y madre soltera, desafió todos los prejuicios de su época.

Una mujer de principios de siglo que escribe de una manera femenina y potente, que es sensual, pasional y cerebral, al mismo tiempo que contradictoria y anímica. Una mujer fuerte y débil a la vez, que trasluce las escenas clave de su historia, sin excederse ni esconderse del todo.

Nació en Sala Capriasca, Suiza, el 29 de mayo de 1892. Tiempo después le diría a su amigo Fermín Estrella Gutiérrez: «me llamaron Alfonsina, que quiere decir dispuesta a todo».

En 1896 la familia Storni vuelve a San Juan, Argentina, de dónde son sus primeros recuerdos. “Estoy en San Juan, tengo cuatro años; me veo colorada, redonda, chatilla y fea. Sentada en el umbral de mi casa, muevo los labios como leyendo un libro que tengo en la mano y espío con el rabo del ojo el efecto que causo en el transeúnte. Unos primos me avergüenzan gritándome que tengo el libro al revés y corro a llorar detrás de la puerta”. En 1901, la familia se trasladó nuevamente, esta vez a la ciudad de Rosario, un próspero puerto del litoral.

A los 12 años, mientras soñaba con ser actriz, empieza a trabajar como costurera a domicilio y después en una fábrica de gorras. En 1907 consiguió un papel en la compañía teatral de José Tallavi y se fue de gira por un año.

Poco después del regreso, inicia su carrera docente: se recibió de maestra rural y trabajó en Rosario, al mismo tiempoen que publica sus primeros poemas de Mundo Rosarino y Monos y monadas.

A punto de cumplir los 20 años, llega a Buenos Aires, donde nace su hijo Alejandro, compañero inseparable de toda su vida, y donde publica cuatro años más tarde su primer libro de poemas: La inquietud del rosal. “Lo escribí para no morir”, confesaba Alfonsina, mientras conseguía triunfar en un mundo sumamente difícil – como era la sociedad porteña de principios de siglo -, sobre todo para una mujer joven y pobre.

De acento romántico, posmodernista, las constantes de su poesía son su angustia ante la vida, la fugacidad de lo humano y su obsesión por la muerte y el mar, que de algún modo anunciaban su trágico final.

El éxito de sus poesías la acercó rápidamente al mundo intelectual y artístico de la época: integró el grupo Anaconda, junto a escritores como Horacio Quiroga y Baldomero Fernández Moreno, y, en 1926, pasó a La Peña, con Benito Quinquela Martín y Miguel H. Caminos. En 1930 viajó a Europa y se incorporó a las reuniones que organizaba el grupo Signos, donde eran habitués, personajes como Ramón Gómez de la Serna y Federico García Lorca.

Ser una exitosa escritora no la libró de la angustia y los miedos que la torturaban. En 1935 la operaron de un tumor en el pecho y empezó a recluirse y alejarse de los amigos.

Escribe y publica sus últimos poemas en el diario La Nación. Tres días antes de su muerte envía, desde una solitaria pensión de Mar del Plata, su famoso soneto “Voy a dormir”.

Se suicidó el martes 25 de octubre de 1938, internándose en el mar, poéticamente hablando, en realidad se especuló que Alfonsina se arrojo desde la escollera del Club Argentino de Mujeres a doscientos metros de la costa. Sobre la escollera se encontró unos de sus zapatos que se enganchó con los hierros cuando se tiró al mar.

El 21 de noviembre de 1938, el Senado de la Nación rindió homenaje a la poeta en las palabras del senador socialista Alfredo Palacios. Este dijo:

“Nuestro progreso material asombra a propios y extraños. Hemos construido urbes inmensas. Centenares de millones de cabezas de ganado pacen en la inmensurable planicie argentina, la más fecunda de la tierra; pero frecuentemente subordinamos los valores del espíritu a los valores utilitarios y no hemos conseguido, con toda nuestra riqueza, crear una atmósfera propicia donde puede prosperar esa planta delicada que es un poeta”.